Seis meses dan para mucho. Medio año vuela, y la vida puede desplegarse en un vórtice de novedades... Seis meses sin teatro, desde la maravillosa y entrañable 'El padre'. Y regresar. Por fin. Y por primera vez en mi vida solo, gracias a un inesperado regalo: una entrada para asistir a uno de los éxitos de la temporada, 'El jurado', producido por Avanti Teatro, en un giro temático radical con respecto a su predecesora en las entradas de esta bitácora. Ocasión de disfrutar con buenos y conocidos actores, a las órdenes de uno de los directores más afortunadamente activos y reconocidos, Andrés Lima, y frente a un tema que no puede ser más candente: el retrato, un juicio a la corrupción. Esa que destapó la crisis, cuando dejó de haber reparto, con el dinero de todos, para tanto “qué hay de lo mío”, y las miserias, la basura, comenzó a desbordar las alcantarillas. Una radiografía a esa sociedad que la acogió, miró para otro lado cuando una parte se lucraba a su costa (entre la ignorancia y la indiferencia). Una sociedad que la sufrió y la sufre, mientras algunos desde las alturas tratan de difuminarla y sigue presente. Omnipresente. Un retrato de los escrúpulos, o su ausencia. De una dignidad que se alza sobre la podredumbre cuando esta parece enfangarlo todo y a todos.
Se
me hizo extraño sentarme en la butaca sin un hombro conocido al
lado, sin poder intercambiar impresiones tras los aplausos... Pero
superé la prueba. La trama me mantuvo absorto, ocupado. Con momentos
para la carcajada, la media sonrisa, y la mueca torcida ante el
sarcasmo. Para la reflexión y la rabia. Desde el comienzo a cámara
lenta, con el sobrio decorado: una plataforma circular, y sobre ella,
la mesa y las sillas que acogerían las deliberaciones de los nueve
componentes del jurado hasta la votación definitiva. Esa plataforma comenzaría a girar. Imposible, de tal forma, no pensar en una metáfora de las puertas giratorias,
las que comunican el mundo de la empresa con el de la política y
viceversa, el del supuesto bien común con el del lucro individual.
¡Ay, el interés público! La escenografía centra el protagonismo
en el reparto coral, en los nueve actores a quienes el mecanismo
permitía tener de cara, y de espaldas casi a un tiempo.
Nueve
actores, cada uno representando quizás un cliché, un estereotipo de
los que todos conocemos alguno: la profesional liberal, la activista
progre, la inmigrante un tanto pasota, la madre coraje de clase
obrera, el padre de la supuesta clase media venido a menos, el empresario hecho a
sí mismo, el cani de barrio, el organizador, y el Pepito Grillo-abogado del diablo de buena presencia que
todo lo cuestiona. O lo que es lo mismo, Cuca Escribano, Luz Valdenebro (a quien ya disfrutamos aquí en 'En el estanque dorado'), Usun Yoon, Isabel Ordaz, Josean Bengoetxea, Víctor Clavijo, Canco Rodríguez, Eduardo Velasco y Fran Perea. Rostros muy
conocidos todos. No hay nombres. Todos son lo que parecen. O quizás
no. ¿O sí? Mantengamos la incertidumbre, el juego que propone Lima
mediante el texto de Luis Felipe Blasco Vilches, hasta alcanzar el
clímax. Nos encontramos, pues, ante los nueve encargados de decidir
si declaran culpable a un político de alto rango acusado de cohecho
(de amiguismo, de aceptar dádivas a cambio de suculentos contratos).
Ese delito que en este país de gente más honrada cuanto más alto en la
escala social, nunca se produce. Y al principio, todos lo
tienen muy claro, todos llegan con su juicio de valor certificado, con
su veredicto. Todos, menos Perea, jalean: ¡culpable, culpable,
culpable!
“¿Tú
votarías a un político corrupto?”
“¿Tú
votarías a un político corrupto?” Es una de esas preguntas
retóricas que los españoles nunca tendrán que hacerse, y
que se escucha en la obra... “¡Todos los políticos son unos
ladrones!”, recita la frase hecha el personaje de Canco Rodríguez, el currito alienado.
Y todos jalean. Casi repiten conversaciones de barra de bar, o de
barra de Twitter, que andan por los mismos espacios. Esas que señalan
al corrompido pero elevan a los altares, inmaculados, a los
corruptores. Qué gran perfil el que traza Víctor Clavijo del
empresario que critica la corrupción y sin pestañear se beneficia
del sistema (tangentopolis)... Pero ese Pepito Grillo de la integridad, ese abogado del diablo cizañero, Fran Perea,
juega con ellos: “¿Se confunde la gente que vota una y otra vez a
un político?”. Lo hará, se los ganará, apelando a los
sentimientos más primarios, un golpe en las tripas... Y en este
momento, podemos hacer un aparte: la figura de Fran Perea se
engrandece año tras año. Recuerdo su réplica sobresaliente al
inmenso Carlos Hipólito sobre las tablas del Teatro Español en la
emocionante “Todos eran mis hijos”, de Arthur Miller (qué manera
de llorar...). Y se agiganta. Es uno de esos actores que por derecho propio atrae al
público. Pero en 'El jurado', todos están al nivel que requiere su
papel, nadie desentona en una obra colectiva.
Conoceremos
a los personajes en los apartes que nos ofrecen, de vez en cuando,
por parejas. Nos exponen sus reflexiones, sus motivaciones, sus luces
y sombras, sus prejuicios: “Es bonito que el pueblo imparta
justicia”. A lo que el personaje de Isabel Ordaz responde,
llevándose un dedo a la garganta: “Si de verdad dejasen impartir
justicia al pueblo...”. Ella misma deja uno de los momentos más
rotundos: “La libertad, sin justicia, no es nada. Es un fracaso”.
Y qué es la justicia, si no acerca la justicia social...
Lima,
cómodo en la dificultad de trabajar con repartos profundos y corales
('Marat Sade', 'Los Mácbez'), vuelve a mostrar su dominio en esta
'El Jurado'. Quizás nos deja un regusto pesimista. Una sociedad al
albur de la suciedad, en la que la justicia sobrepasa al pueblo, en
manos de los profesionales de la palabrería, por mucho que el modelo
del jurado trate de acercarla. “Entre pijos y perroflautas este
país se va a la mierda, hacia el abismo”, dice uno de los
personajes. Una sociedad que mira para su ombligo, para el bienestar
individual, el sálvese quien pueda, en la que, aparentemente, todos tenemos un precio, o un punto débil. Retrato de un país corrompido,
en el que los intereses colectivos son algo tan lejano que han sucumbido bajo el manto del olvido. Un país en el que el circo (“hay que acabar
rápido, que juega España contra Argentina”) ciega al pan.
En
definitiva, casi hora y media (fugaz) de buena dramaturgia. De teatro
para pensar, anclado en la realidad y en el presente. Teatro para la
reflexión. Retrato de una sociedad que es la nuestra y en la que la
crisis ni mucho menos ha pasado: parados de larga duración, parados
que su familia trata de tapar por vergüenza, desahucios, comedores
sociales, triunfadores a costa del dinero de todos que siguen
campando a sus anchas... De personajes cuya integridad se derrumba. Allá donde vaya, no se pierdan 'El jurado'.
Los actores protagonistas, en un momento tan duro para su profesión
(sólo el 8,17 por ciento puede vivir de ella en este país) lo
merecen. Ayer, un lujazo con ovación de gala en el Centro Niemeyer
de Avilés. (Por cierto, confieso que en su diáfano auditorio echo
de menos el telón de los templos añejos de la interpretación).
Gracias
a Avanti Teatro, y a sus cabezas visibles, Eduardo Velasco y Cuca
Escribano, que también se dan réplica sobre las tablas, y
enhorabuena por vuestra apuesta. Que el camino que aún os queda con
esta obra, siga por las cumbres.