Daniel Albaladejo. Foto: www.apatateatro.com |
¿Cómo no verse como un privilegiado pudiendo situarse a dos metros de un actor y sentir su interpretación a flor de piel, mirarle directamente a los ojos? La sensación se multiplica cuando frente a nosotros se encuentra un intérprete de los tocados con el don de la transmutación. Con esa capacidad única de poseer, de hacer propio un personaje con la naturalidad de quien se viste un traje. Y con esa misma facilidad cambiárselo, ponerse otro, para vivir no una, sino un puñado de vidas en apenas un lapso de tiempo. Sin notar el cambio y ver, cada una de las veces, a alguien distinto, con una personalidad propia. Los tópicos nos prestarían términos como camaleónico o poliédrico, para definir el trabajo de Daniel Albaladejo en Malvados de oro. Un actor de anchas espaldas, capaz de soportar sobre ellas, con firmeza, sin doblegarse, los personajes de mayor peso, darles vida, hacernos, al público, vivirlos con él. Ayer lo demostró una vez más, superlativo, en la Sala Club del Centro Niemeyer. En una obra, un monólogo plural, dirigida por José Bornás, y con texto de Jesús Laiz, en la que Albaladejo da vida a algunos de los malos más despiadados de la literatura dramática española del Siglo de Oro. Seres sin empatía, amorales, sí, pero Albaladejo logra lo imposible: nos subyuguen, nos atraigan.
Esta
vez ha transcurrido muy poco tiempo desde mi último acercamiento al
teatro. En aquella ocasión, un animal dramático como Pedro Casablanc nos dejó con la boca abierta en 'Yo, Feuerbach'. El listón
estaba tan alto, que parecía imposible no solo igualarlo, sino
acercarse. Claro que contar en cartel con un intérprete de la talla
de Daniel Albaladejo era una decidida invitación al optimismo.
Quienes lo disfrutamos y saboreamos en el estreno de Reikiavik, junto
a César Sarachu y Elena Rayos, sabíamos que contábamos con unas
expectativas inmejorables. Pese a todo, esperé hasta el último
momento para hacerme con la entrada. Como si quisiera hacerme de
rogar. Eso sí, ir solo sigue sin gustarme. Volvía a la Sala Club
del Niemeyer, donde en los inicios de esta bitácora pudimos reírnos
y pensar con Pedro Casablanc y Manolo Solo en 'Ruz-Bárcenas'. El Off Niemeyer permite una cercanía inusual entre los actores y el
público. Se traduce en complicidad y sobre todo, se vive como un
acto de intimidad.
En
femenino
Y
Albaladejo no defraudó, de la prosa al verso, en un trabajo de
dificultad máxima: dar vida a nada menos que siete personajes,
hombres y mujeres. Despiadados, violadores, filicidas. Individuos que
se fabrican su moral en ausencia de ella, sin más ética que la del
asesino, malos malísimos todos ellos... O quizás no. Y abro un
paréntesis, porque de entre los hombres, el Comendador Fernán Gómez
(Fuenteovejuna); el rey Basilio y su hijo Segismundo (La vida es
sueño); ¡el Anticristo! de Ruiz de Alarcón; el duque de Ferrara (El
castigo sin Venganza), entre los hombres no hay salvación. Como
tampoco la hay en Semíramis, pero sí la hay en Laurencia
(Fuenteovejuna). Quiero detenerme en ella, y en él. En Albaladejo al
vestirse de esta figura clave de la literatura española, la mujer
ultrajada que defenderá su dignidad y con su discurso prenderá la
mecha de la rebelión, de la revolución entre los habitantes de
Fuenteovejuna, aquellos mismos que no la habían defendido de las
abominables manos del Comendador. ¡He visto a Albaladejo siendo mujer! Mil mujeres
entonando esas palabras de dolor, de ira, de rencor. He visto a
Albadalejo sentir, sufrir, desvivirse en los ropajes de Laurencia. Le
he visto encarnar la dignidad, el morir de pie antes que vivir
arrodillado. Y acabar fundido, él mismo emocionado después de
pronunciar tan difíciles palabras, y tener que descansar, y tomar
aire, y poner la mente en blanco para poder vestirse de los
siguientes personajes... Esos minutos de emoción y carne de gallina,
de flotar sobre la silla, de palpar a dos metros la tensión, la
angustia que rezumaba por todos sus poros el gigante y traspasaba a
todos los espectadores, son la esencia del teatro, encarnadas en ese
hombre vestido de mujer.
Ser
tantos personajes, y tan parecidos en cuanto a sus virtudes
humanas, que no en sus matices, dificulta la labor del actor. Y
Albaladejo lo resuelve ofreciendo una cara nueva con cada nuevo
ropaje, cada nuevo individuo que lo poseía. Una voz distinta. Una
entonación distinta. Distinta rabia, distinto control y desenfreno:
sátiro, taimado, feroz, brutal, sibilino... Una bicoca de personajes
para quien, como él, sepa responderles y darles a cada uno su
merecido. Decía en una entrevista sobre los malos que “siempre
son los más atractivos, los más divertidos para un actor. Es estar
al borde del precipicio” y completaba: “Desde el punto de vista
de la interpretación hacer varios personajes malvados me parece que
sirve para conocerte a ti mismo”.
Con
una puesta en escena (la escenografía es de Sara Moreno, y la
iluminación, de Juanjo Llorens) limpia. El suelo desnudo y una
pantalla vertical a modo de biombo. Los ropajes, hora falda, hora
capa, hora toga, esparcidos en las tablas. Y Daniel descalzo sobre el suelo -a su vez pizarra-,
portando un taburete, y pidiendo en un momento un voluntario (qué
cerca estuvo, una elección perfecta la segunda fila en vez de la
primera...). Para qué más, si Albadalejo llena el escenario. Si es
un actor en forma (repito esto mucho, pero solo certifico los hechos)
que puede sustentar, sostener todo lo que le propongan, todo lo que
se proponga. Como esta función, nacida tras ver el propio Albaladejo
un montaje con los villanos británicos contemporáneos, un montaje
de Steve Berkoff, Shakespeare's villians. (“4-0 para los nuestros.
Chúpate esa, Shakespeare”, dice en algún momento el actor), que
tardó unos cuantos años en germinar, hasta que vio la luz el año
pasado en el lugar adecuado, el Festival de Almagro. Avilés le
vuelve a dar un nuevo impulso.
“Un
teatro accesible, popular y comprometido”
Apatateatro, productora de la obra, cimenta su ideario en la creación y
puesta en escena de “un teatro accesible, popular y comprometido”.
Con esta obra lo consigue. Con creces. Desde los clásicos, desde el
siglo de oro. Porque la maldad, las relaciones de poder, el
despotismo, el abuso, la sumisión, son consustanciales al género
humano, de todas las épocas.
Y
aquí, me voy a permitir hacer un desideratum, que lanzo a las
autoridades culturales a quienes competa: ojalá en obras como esta
se viese a menos claustros de profesores de instituto y más a
profesores con sus alumnos, de literatura, de historia, alunos aprendice de vida, en cualquier caso. Ojalá obras
como esta fuesen más asequibles, como lo va a a ser en Murcia dentro
de unos días (10 euros, contra los 15 de Avilés), para dar cabida a un mayor número de espectadores, de
más extractos sociales, porque la finalidad del teatro es ser
popular (no en el sentido que un partido político se ha arrogado,
prostituyéndolo). Ojalá obras como esta pudieran quedarse varios
días y permitieran a los más jóvenes aprender, embeberse del
teatro, un arma, como la poesía, cargada de futuro, tal y como decía
Gabriel Celaya. Y tenemos la suerte de contar con profesionales de
altísimo nivel, en todas las parcelas, desde la dramaturgia, a la interpretación, con los que deleitarnos.
Pero
ante todo, por encima del conocimiento de nuestra historia teatral,
de nuestros malos, de aquellos que se saltan las convenciones,
'Malvados de oro' es una oportunidad única para disfrutar en
plenitud al genial Daniel Albaladejo. La obra es él, y él es la
obra. La hace suya. Tantos minutos de aplausos no son regalados.
Larga vida a 'Malvados...' y largo recorrido a todos quienes la han
hecho posible.