Actualidad teatral

sábado, 29 de octubre de 2016

De dignidad y escrúpulos. El jurado.



Seis meses dan para mucho. Medio año vuela, y la vida puede desplegarse en un vórtice de novedades... Seis meses sin teatro, desde la maravillosa y entrañable 'El padre'. Y regresar. Por fin. Y por primera vez en mi vida solo, gracias a un inesperado regalo: una entrada para asistir a uno de los éxitos de la temporada, 'El jurado', producido por Avanti Teatro, en un giro temático radical con respecto a su predecesora en las entradas de esta bitácora. Ocasión de disfrutar con buenos y conocidos actores, a las órdenes de uno de los directores más afortunadamente activos y reconocidos, Andrés Lima, y frente a un tema que no puede ser más candente: el retrato, un juicio a la corrupción. Esa que destapó la crisis, cuando dejó de haber reparto, con el dinero de todos, para tanto “qué hay de lo mío”, y las miserias, la basura, comenzó a desbordar las alcantarillas. Una radiografía a esa sociedad que la acogió, miró para otro lado cuando una parte se lucraba a su costa (entre la ignorancia y la indiferencia). Una sociedad que la sufrió y la sufre, mientras algunos desde las alturas tratan de difuminarla y sigue presente. Omnipresente. Un retrato de los escrúpulos, o su ausencia. De una dignidad que se alza sobre la podredumbre cuando esta parece enfangarlo todo y a todos. 


 
Se me hizo extraño sentarme en la butaca sin un hombro conocido al lado, sin poder intercambiar impresiones tras los aplausos... Pero superé la prueba. La trama me mantuvo absorto, ocupado. Con momentos para la carcajada, la media sonrisa, y la mueca torcida ante el sarcasmo. Para la reflexión y la rabia. Desde el comienzo a cámara lenta, con el sobrio decorado: una plataforma circular, y sobre ella, la mesa y las sillas que acogerían las deliberaciones de los nueve componentes del jurado hasta la votación definitiva. Esa plataforma comenzaría a girar. Imposible, de tal forma, no pensar en una metáfora de  las puertas giratorias, las que comunican el mundo de la empresa con el de la política y viceversa, el del supuesto bien común con el del lucro individual. ¡Ay, el interés público! La escenografía centra el protagonismo en el reparto coral, en los nueve actores a quienes el mecanismo permitía tener de cara, y de espaldas casi a un tiempo.  


Nueve actores, cada uno representando quizás un cliché, un estereotipo de los que todos conocemos alguno: la profesional liberal, la activista progre, la inmigrante un tanto pasota, la madre coraje de clase obrera, el padre de la supuesta clase media venido a menos, el empresario hecho a sí mismo, el cani de barrio, el organizador, y el Pepito Grillo-abogado del diablo de buena presencia que todo lo cuestiona. O lo que es lo mismo, Cuca Escribano, Luz Valdenebro (a quien ya disfrutamos aquí en 'En el estanque dorado'), Usun Yoon, Isabel Ordaz, Josean Bengoetxea, Víctor Clavijo, Canco Rodríguez, Eduardo Velasco y Fran Perea. Rostros muy conocidos todos. No hay nombres. Todos son lo que parecen. O quizás no. ¿O sí? Mantengamos la incertidumbre, el juego que propone Lima mediante el texto de Luis Felipe Blasco Vilches, hasta alcanzar el clímax. Nos encontramos, pues, ante los nueve encargados de decidir si declaran culpable a un político de alto rango acusado de cohecho (de amiguismo, de aceptar dádivas a cambio de suculentos contratos). Ese delito que en este país de gente más honrada cuanto más alto en la escala social, nunca se produce. Y al principio, todos lo tienen muy claro, todos llegan con su juicio de valor certificado, con su veredicto. Todos, menos Perea, jalean: ¡culpable, culpable, culpable!

¿Tú votarías a un político corrupto?”
“¿Tú votarías a un político corrupto?” Es una de esas preguntas retóricas que los españoles nunca tendrán que hacerse, y que se escucha en la obra... “¡Todos los políticos son unos ladrones!”, recita la frase hecha el personaje de Canco Rodríguez, el currito alienado. Y todos jalean. Casi repiten conversaciones de barra de bar, o de barra de Twitter, que andan por los mismos espacios. Esas que señalan al corrompido pero elevan a los altares, inmaculados, a los corruptores. Qué gran perfil el que traza Víctor Clavijo del empresario que critica la corrupción y sin pestañear se beneficia del sistema (tangentopolis)... Pero ese Pepito Grillo de la integridad, ese abogado del diablo cizañero, Fran Perea, juega con ellos: “¿Se confunde la gente que vota una y otra vez a un político?”. Lo hará, se los ganará, apelando a los sentimientos más primarios, un golpe en las tripas... Y en este momento, podemos hacer un aparte: la figura de Fran Perea se engrandece año tras año. Recuerdo su réplica sobresaliente al inmenso Carlos Hipólito sobre las tablas del Teatro Español en la emocionante “Todos eran mis hijos”, de Arthur Miller (qué manera de llorar...). Y se agiganta. Es uno de esos actores que por derecho propio atrae al público. Pero en 'El jurado', todos están al nivel que requiere su papel, nadie desentona en una obra colectiva.
Conoceremos a los personajes en los apartes que nos ofrecen, de vez en cuando, por parejas. Nos exponen sus reflexiones, sus motivaciones, sus luces y sombras, sus prejuicios: “Es bonito que el pueblo imparta justicia”. A lo que el personaje de Isabel Ordaz responde, llevándose un dedo a la garganta: “Si de verdad dejasen impartir justicia al pueblo...”. Ella misma deja uno de los momentos más rotundos: “La libertad, sin justicia, no es nada. Es un fracaso”. Y qué es la justicia, si no acerca la justicia social... 
 
Lima, cómodo en la dificultad de trabajar con repartos profundos y corales ('Marat Sade', 'Los Mácbez'), vuelve a mostrar su dominio en esta 'El Jurado'. Quizás nos deja un regusto pesimista. Una sociedad al albur de la suciedad, en la que la justicia sobrepasa al pueblo, en manos de los profesionales de la palabrería, por mucho que el modelo del jurado trate de acercarla. “Entre pijos y perroflautas este país se va a la mierda, hacia el abismo”, dice uno de los personajes. Una sociedad que mira para su ombligo, para el bienestar individual, el sálvese quien pueda, en la que, aparentemente, todos tenemos un precio, o un punto débil. Retrato de un país corrompido, en el que los intereses colectivos son algo tan lejano que han sucumbido bajo el manto del olvido. Un país en el que el circo (“hay que acabar rápido, que juega España contra Argentina”) ciega al pan.
En definitiva, casi hora y media (fugaz) de buena dramaturgia. De teatro para pensar, anclado en la realidad y en el presente. Teatro para la reflexión. Retrato de una sociedad que es la nuestra y en la que la crisis ni mucho menos ha pasado: parados de larga duración, parados que su familia trata de tapar por vergüenza, desahucios, comedores sociales, triunfadores a costa del dinero de todos que siguen campando a sus anchas... De personajes cuya integridad se derrumba. Allá donde vaya, no se pierdan 'El jurado'. Los actores protagonistas, en un momento tan duro para su profesión (sólo el 8,17 por ciento puede vivir de ella en este país) lo merecen. Ayer, un lujazo con ovación de gala en el Centro Niemeyer de Avilés. (Por cierto, confieso que en su diáfano auditorio echo de menos el telón de los templos añejos de la interpretación). 
 
Gracias a Avanti Teatro, y a sus cabezas visibles, Eduardo Velasco y Cuca Escribano, que también se dan réplica sobre las tablas, y enhorabuena por vuestra apuesta. Que el camino que aún os queda con esta obra, siga por las cumbres.