lunes, 24 de noviembre de 2014

Macbeth, bruma galaica, Los Mácbez

¿Cuántos a lo largo de los últimos decenios han comparado Escocia con Galicia? Quizás todo se acabe en lo verde de los prados, y no haya nada más allá, por más que algunos quieran hermanar en una especie de espiritualidad celta que la historiografía más reciente no acaba de evidenciar... Lo cierto es que las semejanzas actuales son más bien nulas (no vamos a hablar de referendos bien recientes, ni de victorias en elecciones en un lado, el hispano, siempre conservadoras; ni en el otro, el todavía británico, siempre laboristas, nada más opuesto). No obstante, cuando se habla de poder, de corrupción (¿son cada vez más difusas sus fronteras?), de ambición desmedida, no importan ni el tiempo ni el espacio. Y la Escocia que glosara Shakespeare en una de sus obras magnas, Macbeth, bien podría transmutarse a la comunidad autónoma galaica, donde no son tan ajenas las sagas (si últimamente se habla de populistas, lo cercano es hablar de populares...) familiares.



Quizás si el bardo británico hubiese nacido en estos días, la tierra de Fraga y Rajoy (y de millones de personas honestas) la hubiese elegido para situar su historia. Eso pensó, sin duda, Juan Cabestany, quien ha adaptado a nuestra época esa historia intemporal, y en estos tiempos, más actual que nunca. Inverness pasa a ser Santiago de Compostela. Macbeth, se convierte en Los Mácbez con acento de malévola saudade. Un totum transgresor que dirige el maestro Andrés Lima y que Javier Gutiérrez y Carmen Machi se encargan de encabezar, en un trabajo coral que incluye a un elenco en gracia, con un Chema Adeva lleno de matices, Rulo Prado, Rebeca Montero, Jesús Barranco y Laura Galán. El escenario escogido, abarrotado y con las entradas agotadas, el auditorio avilesino del centro Niemeyer.

Envueltas en una alcohólica bruma gallega, las brujas augures se trasvisten de meigas hardcore. La obra se encamina hacia un orgiástico clímax de sangre y muerte. Radical (de raíz), terrenal, onírico (de pesadilla), sexual. ¿No es el sexo una marca ancestral de poder, semilla de vida, arma?

Vida y muerte. Dos caras de la misma moneda. Y el que está arriba, y quiere subir aún más, se erige en una especie de demiurgo por encima del bien y del mal, capaz de decidir quién sobra, a quién borrar que pueda convertirse en un obstáculo. 

Borrachera despótica

 
Javier Gutiérrez comienza apocado, servil y explota en una borrachera despótica, disponiendo de todo y todos a su antojo. Despojado de todas las barreras, es en el tramo final en el que muestra todo su poderío. La locura hace presa en él, lastimero, descargando y generando odio en derredor. Claro que encuentra en su mujer, Lady Macbez encarnada por una Carmen Machi capaz de encantar serpientes modulando su voz cual cascabel, supurando un veneno que le obliga a seguir adelante más allá de cuestiones morales. Nada impide llevar a cabo sus planes, todos los medios para un fin de dominación,  alcanzar la cúspide de la pirámide en su pequeño reino taifa. Dómines del Pazo de Raxoi, contrapoder mundano frente a la catedral en el Obradoiro.

Eu chorei, chorei, o domingo á tarde...”. Si hay lágrimas, son de miedo o rabia, nunca de pena. El resto del reparto se trasviste de diferentes personajes galleguizando el ambiente, requiriendo de un esfuerzo del que salen, no solo indemnes, sino triunfantes para alcanzar ese amargor y cierto desasosiego que reinan en las más de dos horas de función. Tirando de tópicos bien entendidos. Ese presidente de la Xunta (¿reconocible?), repartiendo puestos, como harán todos después (“as cinzas irán a Perbes, ao panteón familiar” -las cenizas irán a Perbes, al panteón familiar-, se escucha... ¿Hace falta certificar su inspirador?). Es el amo, ese cacique bien conocido en tantas tierras -casi casta (juas, juas)-, que deja en herencia el cargo a su hija, ¿quién, si no, estaría más preparado, con más merecimiento para sostenerlo?

Las escenas emanan carnalidad. ¿Quiénes somos para cuestionar si esta cualidad tan presente es herramienta necesaria o accesoria? Lo cierto es que ayuda como pocas a crear ese ambiente casi lascivo que lo impregna todo. Carmen Machi-Lady Mácbez se despoja de toda humanidad vendiendo su alma a los demonios que han de traer el poder, dejándose poseer. Y arrastra en ese tránsito al pozo más siniestro del lado oscuro a un marido pusilánime, que solo por la insinuación de debilidad que crece en brutalidad y magalomanía. El que sobra, niño (Dona Mácbez advierte incluso de lo que sería capaz de hacer a la sangre de su sangre -amoralidad absoluta-), joven o viejo, ha de ser eliminado.

Conciencias removidas


No se trata de una puesta en escena fácil, ni apta para todos los públicos, ni sencilla para los actores, quienes, salvo Machi y Gutiérrez, deben cambiar el hilo y el vestuario en un instante y dar vida a personajes diferentes. Menos aún, para los que entienden el teatro como un acto social, y no quieren ver removidas sus conciencias, ni aceptan la transgresión. Quienes no abran su mente y toleren, pueden llegar a pasarlo mal. Teatro para pensar y para sentir desde las vísceras. Al que quizás haya que acercarse preparado, advertido. Imagino que no hay nada peor para un actor ver desde el escenario cómo algún espectador decide marcharse en medio de su trabajo (y los hubo el otro día), lo que deja al coro ininterrumpido de toses como mera anécdota. Al acabar, entre los alrededor de mil almas presentes, no hubo espacio para la indiferencia, tanto para bien como para mal, lo que refleja a la perfección la cumplida intención de los creadores: la crítica feroz al poder, su poder corruptor para quien lo ejerce, a la falta de escrúpulos, la amoralidad, la creación de una ética, por todas las facciones, destinada únicamente a mantenerse y a llegar. A trepar, a trepar, a trepar. ¿Les suena de algo? A sostener el entramado de corruptelas, desde el sótano (muy revelador el papel del chófer), pasando por los sicarios miembros de ese partido tan popular (que en otros lares podría, asimismo, ser muy social...), a todos los cabecillas directamente implicados en la trama.

Una obra orgiástica, no amable para el que pasa.. Y si el ritmo decae en algún instante, se levanta con fuerza telúrica al momento siguiente. Los soliloquios y las voces, las tonalidades, los acentos, la canción, la música, los efectos, adquieren un papel trascendental. Todo en un escenario minimalista, en el que se suceden los pazos, las sedes de partidos, el Obradoiro. Un cubo abierto al público. Transparente para un mundo opaco, blanco para un sistema teñido de estiércol. 
 
Y salir con amargura. Desasosegado por haber dejado escapar unas cuantas sonrisas. Inquieto. Mientras la Carballeira de San Xusto, -carballeira derramada-, no se acerque al Obradoiro...