Daba apuru sentilo. Pa elli, respirar yera trabayu abondo, una condena. Un chiflu pitaba-y con cada suerbu d’aire. Tomábalu con angustia, como si nunca nun-y algamara. La boca desencaxao, como si gritare sin voz.
Hay muchos blogs sobre cine y teatro, y más que habrá.
Daba apuru sentilo. Pa elli, respirar yera trabayu abondo, una condena. Un chiflu pitaba-y con cada suerbu d’aire. Tomábalu con angustia, como si nunca nun-y algamara. La boca desencaxao, como si gritare sin voz.
Nunca he hablado aquí de un libro. Tampoco es relevante si tengo algo o no que contar de nada. Pero hace apenas unas semanas leí "Matadero cinco, o La cruzada de los niños", y ante la vana esperanza de que vengan los tralfamadorianos a salvarnos, y sí de que nos contemplen como un zoo del que saben su principio y su destrucción, me he decidido a dar el paso. Al fin y al cabo, los tralfamadorianos contemplan el tiempo en un todo, no una sucesión lineal. Y la sucesión que están concatenando nuestros dirigentes se parece demasiado a la que conduce al fin del mundo, visto lo visto en el parlamento de España y lo que sea que haya en Europa. Así era.
Era el último de los libros. Lo echó al fuego, mirando absorta la lumbre. Entre el humo quiso ver a sus vecinas, respirar aquellos aromas que inundaban el patio, brotando de las ollas repletas de sabores, pausadas sobre la chapa de las cocinas. Recordar la comida calmó por un instante el vacío de su estómago. Alzó la vista, escudriñando a través de la ventana desvencijada. Escuchó el silencio, roto por el delicado crepitar de las páginas y el de su piel de cristal. Pensó en la luz que la había cegado, como un inabarcable sol barriendo el horizonte. Pensó en el estruendo, en el huracán que lo arrasó todo. Pensó, mientras la llama declinaba y el frío trepaba por su espalda, si ella también sería la última.
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Primer cartel de Casting Lear |
Seguro que
Pinter o Brook habrían abandonado su butaca del Teatro Palacio Valdés, la noche
del pasado viernes, tocados como cualquier mortal que ama, aunque sea en una
esquina de su corazón, el teatro. Sometidos a una catarsis, a un hecho teatral
del que no se sale indemne. Sin paredes, sin restricciones a sentir y
acompañar, en una universalidad que nace de la necesidad de contar, de
contarse. De adentrarse en "Casting Lear", la apertura a lo grande para el nuevo trimestre de escenAvilés, de la mano de una gran y valiente Andrea Jiménez.
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Melania Cruz Continentemaria.gal |
Resplandores lejanos. Un enjambre de sirenas rasga el silencio, ensangrentando en sombras la noche. Un grito se abre paso. “¡Corre, mi pequeña, corre, no te detengas, al refugio!”. “No pasa nada mamá, se me ha caído mi cuento, espera”. Se desgarra una voz. “¡No sueltes mi mano, no la sueltes!” Una marea de manos, un incontrolable muro de piernas, de caras sin rostro la arrastra. Una explosión. “No llores, mami, mira, ya lo tengo…”.
***
Sentada, se mira las manos nudosas. Aferradas como una garra al libro, las pastas salpicadas de manchas negras. Todo su cuerpo tiembla, o tiemblan las paredes. Se balancea. “No llores, mami, mira, ya lo tengo…”.
***
“¡Puta vieja! ¡Todos los días sentada en el puto banco, te vamos a sacar de ahí a patadas!”. Dos adolescentes la cosen a golpes. “¡Dame el mechero, préndelo, préndelo!”
***
“Anciana asesinada en un parque”.
Una anciana fue hallada muerta en un parque de la ciudad anoche. Los primeros indicios apuntan a que fue brutalmente golpeada y le prendieron fuego. Vecinos la identifican como una refugiada de guerra, que se pasaba el día en el mismo banco del parque. Junto a ella se encontró un gastado libro infantil.
Huellas de dedos salpican la portada desgastada, de la grupa al sombrero. Manchas de grasa de las máquinas, del aceite de las sardinas que resbala por el bocadillo recién hecho. Los hidrocarburos aromáticos se confunden con el olor del tabaco negro, impregnando las páginas amarillentas, mil veces pasadas en un trasiego interminable de manos rudas, de continuos intercambios en el kiosco del barrio. Perseguidos por una banda de cuatreros, los vaqueros vadean el Pecos sin descabalgar de sus monturas. Resuenan mugidos, estallan disparos, repiquetean atronadores los motores de la fábrica que nunca descansa. Los indios danzan en corro enfundados en mahón y se calientan junto al fuego del turno de noche; han logrado sobrevivir al día. Bajo el manto estrellado, en el Monument Valley de chimeneas infinitas, las sirenas anuncian una nueva descarga: el coque se derrama incandescente sobre los vagones chirriantes del caballo de metal. Vuela la pausa. Se sacia el hambre. Se aplaca el cansancio. Se guarda el libro. Oculto en la bolsa, Marcial Lafuente Estefanía espera mañana, otro voraz viaje al Oeste en medio del trabajo.