Era el último de los libros. Lo echó al fuego, mirando absorta la lumbre. Entre el humo quiso ver a sus vecinas, respirar aquellos aromas que inundaban el patio, brotando de las ollas repletas de sabores, pausadas sobre la chapa de las cocinas. Recordar la comida calmó por un instante el vacío de su estómago. Alzó la vista, escudriñando a través de la ventana desvencijada. Escuchó el silencio, roto por el delicado crepitar de las páginas y el de su piel de cristal. Pensó en la luz que la había cegado, como un inabarcable sol barriendo el horizonte. Pensó en el estruendo, en el huracán que lo arrasó todo. Pensó, mientras la llama declinaba y el frío trepaba por su espalda, si ella también sería la última.
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