miércoles, 15 de febrero de 2017

Un torbellino sobre las tablas. 'Yo, Feuerbach'.

Pedro Casablanc. Foto: jordicasanovas.net
Un olvidado actor de verborrea torrencial, descontrolada, hemorrágica. Un joven ayudante de dirección, aprendiz inseguro, subalterno orgulloso. Con estas premisas, prepárense para un duelo sobre las tablas que se revelará apasionante, entre un veterano situado en el Olimpo por talento y sabiduría, y un joven antagonista que levanta firme el vuelo. Entre un Pedro Casablanc curtido y victorioso en mil batallas, y un Samuel Viyuela que acepta el reto de plantarle réplica al gigante y sale fortalecido tras aguantarle airoso el tipo, el cuerpo a cuerpo. Predicciones y certezas certificadas tras disfrutar de 'Yo, Feuerbach' (pronúnciese foyerbaj). Una reflexión sobre la profesión de actor. Sobre el oficio, pero también un repaso al correr del tiempo y sus consecuencias, el mercado actoral, por qué no, el laboral, las insondables diferencias generacionales, en apariencia insalvables... En apariencia. El dramaturgo y director Jordi Casanovas ha adaptado el texto de Tankred Dorst, y Antonio Simón, dirige. 
 


En absoluto contaba con ir a ver 'Yo, Feuerbach'. El calendario ha pasado con desdén e impudicia la página de otro año, desde la última obra, 'El jurado', y si la economía, sin curro, no permite dispendios, menos aún si estos son en tiempo libre. Últimamente ando con ganas de nada, y nunca me hizo tilín ir solo al teatro, como tampoco al cine, por eso de sentirme rodeado de extraños (en comunión en el templo dramático, todo hay que decirlo), y no tener con quién comentar la jugada al salir. Así, de forma inesperada, por segunda vez mi señora me sorprendió con una entrada para esa joya de los avilesinos que es el Palacio Valdés. “Así vas a ver a Pedro Casablanc”, me dijo, “y me cambias esa cara de triste”, pensó. A ambos nos había asombrado Casablanc vistiéndose de Luis Bárcenas en 'Ruz-Bárcenas', junto a Manolo Solo (también con texto de Jordi Casanovas, por cierto), que saboreamos en la sala club del Centro Niemeyer al comienzo de este periplo de “Espejos en cinerama”, así como, hace algunos años, en la reconocida 'Marat-Sade'; y por qué no decirlo, lo disfrutamos hace nada de malo malísimo en la televisiva serie 'Mar de plástico'. Un ofrecimiento imposible de rechazar.

Confieso que no estaba al tanto de lo que me iba a encontrar (nunca leo críticas, para evitar cualquier tipo de condicionamiento, solo lo hago después de haber escrito). Con este Feuerbach (pronúnciese foyerbaj), imaginaba situarme ante una obra política (el pensador alemán fue uno de los maestros de Marx), o de corte filosófico. Por lo que me acerqué a alguna reseña para abrirme los ojos. Y no, como podría comprobar después, la política, stricto sensu, no aparece en primer plano, mientras se cuela alguna de las frases que dejó para la posteridad este teórico del ateísmo, como aquella “el hombre creó a Dios a su imagen y semejanza” (repaso de memoria) que pronuncia el veterano actor en busca de un papel en un determinado momento. 

Poliédricas elucubraciones 

La obra permite poliédricas elucubraciones de significado. Una de ellas, la reflexión sobre esos dioses de papel que encumbramos, para olvidar de forma cruel con el paso del tiempo. Con el paso de muy poco tiempo, demasiadas veces, convertidos en objeto de consumo para las masas, en un pasatiempo de usar y tirar en este sistema que todo lo mercantiliza. Ídolos de barro. 
 
La acción nos traslada a Alemania, a una audición que podría presenciarse en cualquier teatro de un país cualquiera en la preproducción de un montaje. También España, claro que sí. Un actor veterano busca un nuevo papel con el que retomar-relanzar su carrera. Un intérprete consagrado debe pasar por la terrenalización de enfrentarse a un casting, como un novato más que necesita el trabajo. Un actor, Feuerbach-Casablanc, henchido de la gloria cúmulo de múltiples papeles protagonistas, cimentada su carrera sobre los clásicos, a las órdenes de los más prestigiosos directores, ¡y teniendo que pasar por un proceso de selección! Un parado de larga duración, que busca imperiosamente, que necesita un trabajo que le ha dado la espalda. Un mundo que arrincona la experiencia (viejo, pasado), la esconde; un mundo que privilegia la juventud, más maleable, más manejable, sin siquiera haber notado aún, sin haber sido alcanzada por los golpes bajos de la vida; ni de lejos imaginarlos. Un mundo que aparta al diferente, lo desprecia; que entierra al enfermo.

Él, Feuerbach, que lo fue todo en el cielo de la escena; él, como ese viejo trabajador expulsado del mundo laboral en un expediente de regulación que prescinde de los más veteranos (ajuste de costes, el eufemismo políticamente correcto), cuando aún tenía tanto que ofrecer. Y que desaparece, y de repente vuelve al mundo real en una competición contra desconocidos, por un pedazo de integridad, por volver a dar algo de sí que sabe que tiene, pero que el resto, el director, el jefe de personal, ni entiende ni quiere ver. Una nueva oportunidad para vivir. “Es uno más”. Humillado al ser recibido por un segundón, por el ayudante de dirección, Samuel Viyuela. “¡Dónde está el director!”. Ese afirmar: “Tú no sabes nada”. Ese sentir: “Ni siquiera te imaginas todo lo que yo he hecho, todo lo que sé, lo que he aprendido y he mostrado, y demostrado, cuál es mi experiencia, lo que domino, con quién he compartido tablas, cuántos han disfrutado conmigo, quiénes me han adorado, suspirado por verme y disfrutado con mi oficio, mi saber, algo que tú no conseguirás ni en cincuenta vidas por muchos títulos que tengas o por una posición superior en la que te encuentres en este mismo instante y ¡sabe Dios cómo has llegado hasta donde estás!”. “¿¡Dónde está el director!?”.



Un duelo entre veterano y joven, entre Casablanc y Viyuela. En el que el peso de la trama lo sustenta el consagrado actor. Buena parte del tiempo, monologando, hablando consigo mismo, diálogo interior; con los espectadores, con su némesis. Mirada burlona, mordaz, de sátiro... Y paso a paso, a pocos, escéptica, atónita, derrotada... Del autoengaño a la autoafirmación; del aquí estoy yo, al quién soy yo... De la superioridad moral, a la derrota más absoluta. Una víctima de todo lo que sucede a su alrededor sin capacidad alguna para controlarlo.

Lección actoral para disfrutar con la boca abierta, desencajada de asombro. Apuntando en la memoria su facilidad, de Casablanc, para la narración, su dicción repentizada, esa modulación de la voz, del susurro al grito atronador mientras desgrana su vida, y nos oculta algo que apenas logramos intuir... El sarcasmo como defensa. La presencia del joven como ofensa. El subalterno, el ayudante, interpretado por Viyuela: qué compleja papeleta la que le han reservado Jordi Casanovas y Antonio Simón: aguantar las acometidas del gigante, preparado para romper físicamente en algún que otro instante la cuarta pared... Esperar, escuchar, y seguramente aprender del superlativo compañero; y encontrar la réplica certera, el tono adecuado, después del silencio expectante. Me recuerda el papel de Viyuela al de Elena Rayos en Reikiavik, de Mayorga, agazapada para aparecer de repente y hacerse con su sitio en el duelo entre Sarachu y Albaladejo, entre Waterloo y Bailén, y me parece de una dificultad suprema; necesario, para ejecutarlo con precisión, el pulso de un cirujano. Porque en un determinado momento, Feuerbach-Casablanc, despojado de zapatos, sin-tien-do-ba-jo-sus-pies-las-ta-blas, muta en torbellino, una tormenta desatada, un tornado, despliegue brutal de fuerza salvaje sobre el desnudo escenario (apenas una mesa, y unas cuantas marcas de posición sobre el suelo), el actor total. Pájaros al vuelo. Una coreografía del desvarío, adueñándose del vacío, llenando el espacio, posándose sobre cada una de tales marcas como si fuese millones... Bendita locura; afortunados los presentes. Asombrados.

De 'Yo, Feuerbach' se desprende magia. Magnetismo por un oficio lleno de altibajos, de olvidos y estrellatos efímeros... Siempre presentes en el libreto de Casanovas, en la dirección de Simón, en la que intuyo una enorme libertad, y con ella respeto, para sus actores. 'Yo, Feuerbach” comenzó su andadura triunfal el año pasado. Saborearla, allá por donde aún vaya, como se pudo hacer en el templo avilesino del Palacio Valdés, es un privilegio. No os arrepentiréis. No se arrepentirán. Gracias, gracias, gracias.