Nunca había
visto un monólogo. Me he estrenado.
No se
trataba del mítico Cinco horas con Mario, es cierto. Tampoco uno de esos a los que nos hemos acostumbrado por obra y
gracia de la televisión, siempre con un único propósito, el
humorístico. No era el momento, ni tampoco mi motivación. Una
bombilla me atraía como a una polilla, y la fama precedía al
montaje. Además, en un uno contra la platea, no siempre se
tiene la oportunidad de que ese único ponente sea un tal
Alberto San Juan.
Se deben
hacer una serie de consideraciones antes de reflexionar sobre lo que
San Juan ofreció en el teatro Jovellanos de Gijón, cuando los
previstos 50 minutos, mutaron en unas fulgurantes dos horas ante un
público extasiado (la prensa local habló al día siguiente de unos
800 espectadores, con al menos el patio lleno) y entregado al cómico
(en su acepción global de actor, no solo intérprete de comedia),
que hubiera pedido más, y más, y más. Se le acabó el agua, y se
terminó la función, en un abrir y cerrar de ojos de risas,
confidencias y asombros.
Primera
consideración, definir joven: según la RAE, “de poca edad”; en
el caso de San Juan, nacido, como él mismo se encargó de recordar
en los prolegómenos, en 1968. Un joven de apenas 47 años.
Segunda
consideración, definir capitalista. Volviendo a la Real Academia,
perteneciente al “régimen
económico fundado en el predominio del capital como elemento de
producción y creador de riqueza”. Resumiendo, el dinero manda.
Y
español. Aquí, que cada cual decida su significado, porque pocas
veces una nacionalidad ha creado tanta controversia como la nuestra.
Pues
bien, los dos últimos términos del título son los realmente
trascendentes. Sobre la historia (intrahistoria, y por qué no
decirlo, infrahistoria) de las cloacas del capitalismo español desde
1968 glosa Alberto San Juan. Comenzando en plena dictadura
franquista, finalizando en la cuestionada democracia actual, con un
punto álgido en la llamada transición (que algunos convierten en
transacción). Su vida (comenzada en ese año de míticas resonancias
libertarias), es la excusa e hilo conductor para atraparnos, ganarnos
y no soltarnos: entre risas, despertares de bruces, convencidos (y no
solo entre los simpatizantes de Podemos, que los había), y
escépticos, que también habría alguno (no todos reían o asentían,
y algún silencio tenso se pudo comprobar a mi siniestra). Y un
absoluto sinsentido del ridículo, capacidad de autocrítica sin
igual, y entrega máxima para ganarnos a todos.
Atractivo de San Juan
San
Juan no ha perdido un ápice de su atractivo, a pesar de mortificarse
sobre el perfil curvo de su barriga. Ni entre el sexo femenino (hubo
un ¡guapo! que captó su atención y desató su capacidad
improvisatoria), ni entre el masculino. Entre ambos géneros,
atractivo físico e intelectual. Se presta al sarcasmo que no hace
tanto un conocido (¿ignorante, osado?) presentador televisivo
minusvalorase su figura en una entrevista sobre un sofá (Alberto, un
señor, pasó por encima de su interlocutor sin soliviantarse, cuando
su trabajo apenas se mencionó de soslayo). La figura de alguien que
fundó y formó una compañía transgresora como Animalario, con su
culmen mediático, a la vez tumba, como veremos, en la ceremonia de
los Goya de 2003, la del “No a la guerra” (aún conservo una
pegatina en casa de mis padres, bien anclada junto al enchufe de la
cocina), pero también con obras incómodas, cierto que un mosquito
intentando chinchar al establishment (aunque muchos mosquitos
pueden hacer mucho daño), como “Alejandro y Ana, todo lo que
España no pudo ver del banquete de boda de la hija del presidente”,
o clásicos como “Marat Sade” (mi estreno a fuego como espectador
en la escena madrileña, con una propuesta de crítica para una jefa
de sección cuya respuesta aún espero), estrenada décadas antes por
Adolfo Marsillach en tiempos difíciles, y cuyo relevo tomó Alberto
San Juan bajo la dirección de Andrés Lima (patrón a su vez de Los
Mácbez) para el Centro Dramático Nacional.
San
Juan, de niño tímido, adolescente apocado, joven estudiante de
periodismo (que hablaba con voz de pito, para sí, hasta que visitó
a un logopeda), a actor de éxito y, finalmente, a sujeto
comprometido con su entorno, en crítica continua con las desigualdades y en pos de un mundo más justo (se puede estar de acuerdo o no con el
sujeto de cambio que ha escogido, mojándose por Podemos en
reiteradas ocasiones), y sobre todo, en crisis permanente y cada vez
más alejado de los mass media, aunque no tanto como su amigo
Guillermo Toledo, arrojado a las catacumbas. Es lo que tiene haberse
mojado, haber saltado la raya de lo que el sistema tolera. “¡Quiero
trabajar!” Insiste durante toda la representación. Los cauces
oficiales parecen habérsele cerrado. Él, que llenaba salas de cine,
que era un sex symbol nacional. ¡Que ganaba dinero y se paseaba en
un Mercedes! ¿Cuántos pueden presumir de tener un Goya en su
vitrina, por ese trompetista perdedor de la muy recomendable “Bajo
las estrellas", basada en la obra "El trompetista de la utopía", de Fernando Aramburu? Y es bastante probable que otros con mejor cartel,
pero inferior talento, le ganen los papeles.
La
necesidad de expresarse, le ha llevado a ser uno de los cofundadores
del Teatro del Barrio. Un lugar en el que se gestan alguno de los
experimentos más transgresores de las artes escénicas del momento.
San Juan parió el anteriormente analizado Ruz-Bárcenas, y ahora,
donde le llaman, no deja títere sin cabeza en este autorretrato, su
propia vida, que es esta obra.
Hijo
del recientemente fallecido Máximo, el dibujante de las páginas de
editorial de El País, bien relacionado, pues, con periodistas que
conocen bien los sótanos del poder, San Juan, además, ha bebido en
fuentes alternativas, que no llegan al gran público, para ofrecer un
por qué han pasado las cosas como las conocemos un tanto diferente a
lo que nos han contado, y a lo que sigue siendo dogma de fe.
Democracia secuestrada
Desde
el Portugal de la Revolución de los Claveles (mientras suena
Grándola Vila Morena de Zeca Afonso) secuestrado por el Departamento
de Estado de Usamérica para mayor lucimiento de la socialdemocracia
alemana (“Billy Brandt le dijo a Kissinger, aquí en Europa no
pongamos otro dictador, hagámoslo a mi manera”, resume San Juan al
hablar de la llegada de un poco conocido Mario Soares al poder), a la
muerte en la cama de Franco y el acceso a la jefatura del estado de
un rey Juan Carlos que había jurado los principios del Movimiento y
heredado el poder de forma directa del dictador: “¿Por qué
siempre nos lo pintan como si le faltase alguna luz?”, viene a
decir el protagonista. San Juan caricaturiza a Franco, a Juan Carlos
(y los petrodólares), pero no los tontifica, como parece últimamente
la tónica, sino los sitúa en su justa medida de detentadores del
poder, para salvar al pueblo. “Atado y bien atado”, resalta la
frase del dictador. Y nos hace ver, con actitud socrática, que los
hilos de la alta política (nunca he entendido su significado, más
allá del alejamiento del común de los mortales) se manejan a puerta
cerrada, sin luz ni taquígrafos, pero con muchos intereses cruzados
y componendas en juego.
Y
cuenta cómo su despertar sexual fue tardío, o cómo el cine le ha
dado la espalda, salvo por un par de intervenciones en los últimos
meses, en una “sustituyendo a Hugo Silva” (se mofa de sí mismo),
y en otra, porque el único al que el director pudo salvar del veto
fue a él. Al menos, los aficionados podemos verle estos días en la
gran pantalla en “Las ovejas no pierden el tren”, de Álvaro
Fernández Armero.
Y
recuerda el papel adquirido por la banca desde el 18 de julio del 36.
Y el que tiene hoy en día. Y cómo EEUU se encargó de mantener a
Franco porque suponía defender sus intereses, sustentadas sus
afirmaciones en estadísticas, pero también en papeles secretos
desclasificados en el país norteamericano.
Siempre
ameno, ligero y profundo, cin ritmo buscado y encotnrado, sus
invectivas se dirigen también hacia Felipe González (“al que
nadie conocía, pero que salió de España escoltado por los
servicios secretos del régimen para que pudiese participar en
Francia en el congreso del PSOE en Suresnes”), de quien apunta el
apoyo, como en Soares, de la socialdemocracia europea y del
departamento de estado norteamericano para alcanzar el poder en
detrimento de quienes se habían fajado en la lucha clandestina,
eternos perdedores...
Alberto
alcanza toda la atención. Genera sonoras carcajadas, ovaciones
espontáneas. De vez en cuando deja caer algún cotilleo... Como el
referido a los últimos presidentes de la Conferencia Episcopal, o
vinculando al pequeño Nicolás por vía familiar con aquellos espías
que escoltaron a Felipe...
La
entrada en la OTAN, la renuncia del PCE a sus señas de identidad, el
por qué nadie ha explicado de forma convincente la dimisión de
Adolfo Suárez, el 23 F, Aznar...
Como
dice el tópico, San Juan no deja títere con cabeza. Si la
improvisación, el fluir de la actuación le lleva por otros
márgenes, tiene unas notas junto a la mesa que sirve de único
mobiliario que le permiten retomar el hilo previsto. Y unos cuantos
libros con citas para iluminar. Y las ganas de que no se acabe. En un
momento, recuerda que Albert Pla iba a actuar en Gijón y finalmente
se impidió. “Yo estoy aquí”, dice.
"¡No se ve!"
Al
comienzo, Alberto tenía la tentación de pasearse por la platea,
entre todos nosotros, pero una voz de los de arriba, un “¡no se
ve!” desde el primer anfiteatro, le hizo cambiar de opinión sobre
la marcha. Una pena, porque junto a las sillas, por los pasillos,
quizás habría sido posible ese diálogo con los espectadores que él
mismo anunció en varias ocasiones. ¡Y tenerlo al lado!, más cerca
que en ese Marat Sade en el que los locos se paseaban por el patio
del María Guerrero. La fila once estaba demasiado lejos, pero lo
suficientemente cerca para confirmar que no ha perdido ninguno de sus
atractivos. Y que es un tipo que tiene una, dos y tres entrevistas,
pero sobre su trabajo, su pensamiento, sus renuncias, sus realidades,
no sobre sus amigos, que también. (¡A mí, a mí!).
Alberto
San Juan se desnuda y desnuda a España. Una iniciativa de las artes
escénicas que forman, entretienen e informan, desde el Teatro del
Barrio. Que ojalá tenga continuidad, no en nuevas funciones, que ya
hay, sino en su posibilidad de salida a todos los puntos cardinales
de la península. “¡Quiero trabajar, que me contraten!”, repite
incesantemente. Y si vienes por aquí, te volveremos a ir a ver en
cada una de las ocasiones en que lo hagas.
El
mejor resumen a su obra, a su repaso de España, de lo que somos, del
equipaje que llevamos tras siglos de peleas, lo hacía él mismo,
recitando como colofón “Apología y petición”, de Jaime Gil deBiedma, por cierto, tío de Esperanza Aguirre.
Como en
Ruz-Bárcenas, queremos muchos más Autorretratos de un joven
capitalista español. Y sabemos que el Teatro del Barrio los está
gestando, mayéutico.