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Decía Jorge Valdano que el fútbol es la más importante de las cosas que no
tienen importancia. Se lo robo, y lo declaro para las artes escénicas. Aunque
para mí sí tienen importancia, puesto que me han servido de terapia en momentos
complicados, y poseen una capacidad como herramienta de formación y educación
que supera a todas las demás artes. La historia de este blog nació gracias a
Sergio Peris-Mencheta (y también Roberto Álamo). Presencié su recital en
'Lluvia constante', y me obligaron a dar el paso a escribir. Han caído cuatro
años desde entonces, y muchas cosas por el medio en mi vida. Había parado esto hace más de un año, y no porque no me
acercara al templo; tampoco porque no hubiera presenciado grandes trabajos, al
contrario, baste referir los últimos, 'Cinco horas con Mario' de una soberbia
Lola Herrera, y un formidable (sí, no hay por qué cortarse a la hora de usar
adjetivos para resaltar la grandeza) José Sacristán en 'Muñeca de porcelana'.
Pero no sé por qué, no había encontrado las ganas de ponerme al teclado. Hasta
que ha llegado de nuevo Peris-Mencheta, quién si no, y con él la necesidad escribir
sobre la pasión del teatro. Esta vez el madrileño-valenciano no se sube a las
tablas, no. Ejerce de director, y como tal, ha demostrado con creces en su
trayectoria que es uno de los grandes. Solo se podía esperar lo mejor, y así ha
sido, en esta nueva producción de Barco Pirata, su productora. Se ha sacado de
la manga ‘Lehman Trilogy”, del dramaturgo italiano Stefano Massini, que se ha
estrenado esta noche en el Teatro Palacio Valdés de Avilés. Lo ha vestido en
cierta forma de musical, regalando al espectador, y solicitándole que ponga de
su parte, porque trata al público con respeto, como adulto, y requiere de él la
máxima atención y complicidad, en una obra en tres actos que no permite el
mínimo respiro. Peris-Mencheta exige un descomunal esfuerzo a sus actores, que
responden con su dominio de la escena y regalando un maratoniano espectáculo al
esprint, más de tres horas, descontando los interludios, sin desmayo. Es la
historia de la familia Lehman, fundadores del capitalismo moderno tal y como lo
conocemos. Su nacimiento, expansión e implosión en 2008, con la última gran
crisis de la que aún se viven sus coletazos.
‘Lehman trilogy” se puede interpretar como una clase de historia, un repaso
a nuestros últimos 150 años, los del triunfo del capital, como diría Eric
Hobsbawm, que son los que ha necesitado el Imperio para imponer su American Way
of Life en todos los rincones de la sociedad. Peris-Mencheta ha decidido
abordar la obra de Mssini a ritmo de un musical atípico, saltándose las
convenciones de quienes ya la montaron en Cataluña (capitaneada por Roberto
Romei y seis actores y solo texto), o en Londres (dirigida por Sam Mendes y
tres actores y solo texto) y se agradece, porque aligera un libreto que se
antojaría muy denso sin la música. Porque para conseguir un montaje coherente, para
zurcir tres actos de 45 minutos cada uno, se necesita pasión y curro, mucho
curro, muchas horas de ensayos, de coordinación, de aprendizaje, que se confirman
en la obra a cada instante. Y esfuerzo, hasta la última gota de sudor de unos
actores que se entregan y es imposible no aventurar que terminen extenuados.
Esperemos que anoche se nutrieran bien de cachopo para recuperarse. VíctorClavijo, Pepe Lorente, Darío Paso, Litus, Aitor Beltrán y Leo Rivera, por
ponerle un orden aleatorio al sexteto, protagonistas todos, dan un recital.
Músicos-actores, cantantes-actores. Actores con mayúsculas. ¿Se puede destacar
a alguno sobre los demás? ¿Hay alguno que se quede atrás? La respuesta es la
misma a ambas preguntas: NO.
Henry, Heyum, Lehman (Litus); Emanuel Lehman (Leo Rivera), Mayer Lehman
(Pepe Lorente), son los tres hermanos originales, que llegan de forma
escalonada a Estados Unidos, emigrantes judíos alemanes, a mediados del siglo
XIX, procedentes de Baviera. Sus descendientes, Philip (Víctor Clavijo), que
sigue el negocio; Herbert (Aitor Beltrán), que se dedica a la política, senador
por Nueva York y correligionario de Franklin Roosevelt, y Robert (Darío Paso),
la tercera y última generación, hijo de Philip. Son seis, protagonistas, y
otros 120 más, secundarios o no tanto, que desfilan sobre el escenario, desde
Abe Lincoln a Kennedy, desde un esclavo negro, hasta los competidores de
Goldman-Sachs, Henry Ford, Bob Dylan, madres, mujeres… Todo un panteón
estadounidense con el tintineo de las monedas de fondo. Un desafío para los
actores, cambiando sobre la marcha de ropa, de maquillaje, de peluca, de barbas,
de voz, de instrumento musical… ¡Sin respiro!
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No necesita la obra recrearse en porqués. Todo fluye a través de las
vivencias de los tres primeros hermanos, desde su desembarco en el Nueva York
al que regresarán para convertirse en los “reyes” de esa república con nobleza
esculpida en el “vil metal” que todo lo mueve, que es Estados Unidos. Primero se
instalan en Montgomery, Alabama (la ciudad en la que Rosa Parks desafió al
poder como último engranaje de la comunidad afroamericana en busca de aquellos
derechos que les habían prometido con la abolición de la esclavitud), donde
reina el esclavismo, y con el sistema de plantaciones, desde su inicial y
modesto negocio de telas empiezan a prosperar. Los hermanos Lehman abren camino
y llegan a su destino: dinero, dinero, dinero. No es suerte, es técnica, que diría Philip-Clavijo. No la producción, no los
recursos, no el trabajo, de intermediarios ¡su primera innovación, a nadie se
le había ocurrido antes! a banqueros. Llegando a a la conclusión que moverá a
todas las generaciones de la familia: el dinero es el motor, compran dinero,
venden dinero, y explorarán todas las posibilidades para ganarlo, como si es
necesario enriquecerse apostando a los dos bandos de la guerra de secesión, en
la Primera Guerra Mundial contra su país de origen, sobrevivir al crack del 29,
fiarlo todo en la Segunda a las armas, la bomba atómica, o en cualquier lado,
como llega a confesar Bobby (Darío Paso). El argumento se sirve de los
protagonistas para mostrar la realidad de cada momento. La religión está
presente, el judaísmo, los ritos, cómo se va perdiendo, los sueños recurrentes
de los protagonistas, otro judío como Freud…
Pero el que quiera llegar hasta el final (el desenlace en 2008, con la
quiebra del banco Lehman Brothers en el que ya no queda ninguno de los miembros
de la familia, es conocido por todos como iniciador de la crisis de la que aún
tratamos de salir), ha de ir a disfrutar de la obra (del 23 de agosto al 23 de
septiembre en los Teatros del Canal en Madrid). Aquí no se va a contar nada más
de la trama que ha hilado Peris-Mencheta a partir de la historia de Massini. No
contar nada más de lo que se trasluce, que hacer dinero a toda costa, o lo que
es lo mismo, el capitalismo sin eufemismos, manejado por trileros salidos de
las facultades, o herederos de sagas que se enriquecían de lo creado por los
demás, esclavos, obreros, a mayor gloria de plutócratas convertidos a su vez en
filántropos y amos de la caridad.
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Porque ‘Lehman Trilogy’ es una oda al teatro. Un amor sin medida al trabajo
de los actores, hombres orquesta, cantantes, cómicos, músicos... Un cheque en blanco que les ofrece un actor-director, un Mencheta capaz de arrancar la entrega total, sin desmayo, de sus ‘subordinados’ actores, que le
devuelven, en una bolsa de Wall Street triunfal, un Dow Jones burbujeante. multiplicado su capital
inicial. A través de una escenografía circular, de la que no se escapa, con los
diferentes rótulos con los nombres de la compañía (lleva el sello del prestigioso Curt Allen Wilmer),
y que sostiene la trama.
Perderse al mínimo despiste sería lo más fácil, por parte de actores y de
público. Pero ellos, recordadlo, unos inmensos Víctor Clavijo, Pepe Lorente, Darío Paso, Litus, Aitor Beltrán y Leo Rivera, sacan el anzuelo y no sueltan a su presa. La banda
sonora creada por Litus (revelado como un actor esencial, poseedor de una voz
única, categórica), inspirada en los rituales judaicos, tan presentes a cada instante, en
los espirituales negros, en la música de trabajo de los blancos, en evolución
hacia el rock, hacia el folk, Dylan, The Beatles! Por momentos un musical sin eufemismos. Y no decae, crece, crece, crece y no quieres que termine nunca.
Presencia, movimiento, y voz. La voz de los seis actores transmite vida. Voces
graves, entregadas, con ritmo, hasta casi el éxtasis, en la música y en la
palabra. Instrumentistas y cómicos. Actores. Actorazos. La entrega del público de Avilés, del Teatro Palacio Valdés en ovación
cerrada, minutos y minutos, y en pie, con Peris-Mencheta hacia el escenario, recorriendo entre ¡bravo! la platea, es un
gran augurio. Que los hados les sean propicios en el camino que aquí iniciaron.
La materia prima y sus transformadores son inmejorables. Una propuesta
ambiciosa, un reto resuelto a lo grande. Enhorabuena.