Los
sentimientos se desatan. Las sensaciones brotan a flor de piel. ¿Cómo
conseguirlo, cómo despertarlos sin caer en sentimentalismos, sin
recurrir a lo fácil. El camino más complicado se envuelve en la
apariencia de la sencillez. Se aleja de lo simple, sin artificios ni trucos; enarbola el estandarte de la verdad, de lo
veraz. La pasión, el orgullo, tejer con cariño, manos sabias y
capaces, apoyarse en trabajadores de primer nivel, dar vida al
universo infinito que se esconde en el interior de una familia.
Carolina Román, autora y protagonista; Tristán Ulloa, director;
Araceli Dvoskin, Noelia Noto y Nelson Dante, coprotagonistas, lo
consiguen en Adentro, montaje que ayer vivió su estreno mundial en
el teatro Palacio Valdés de Avilés. Un privilegio impagable
disfrutarlo los primeros: vibrar, sufrir, reír, emocionarse con la
actuación desbordante de un elenco entregado. Una gran ovación,
merecida para quienes, con su fenomenal labor, engancharon a los
espectadores.
Huyamos
de la grandilocuencia: las más grandes historias urden su nido en
las más pequeñas. Y la familia, porque Adentro ante todo cuenta la
historia de una familia, es un pozo insondable. Supongo que todas lo
son. Creemos que lo cotidiano es el germen de la rutina, pero probablemente, si escarbamos un poco, encontraremos relatos
extraordinarios, quizás no en nosotros, más acomodados aunque la
vida nos dé palos, sí en quienes nos han prologado en el hilo
sanguíneo: historias heroicas, probablemente, pero
también silencios, lados oscuros, soslayados, ocultos, miserias que quienes nos precedieron se llevaron, secretos guardados
bajo llave hasta la tumba, solo conocidos por sus protagonistas. No obstante, como repite siempre Marga (Araceli Dvoskin), “los que ya no
están, nunca se van del todo”. Y con ellos, tampoco sus vivencias,
¿o sí?
Dice
Carolina Román (de cuyo talento junto al del propio Nelson Dante ya
nació la exitosa y premiada “En construcción”; que no pude ver
en su momento) en una sinopsis de su creación: “Es la historia de
una familia tan particular, que se parecerá a muchas de las
nuestras. Hay un río turbio que corre por debajo de esta casa”: De
una casa bonaerense (con un reparto argentino) pero cuyas vivencias
son universales (escasos guiños porteños podrían escapársele a
los peninsulares). Apunta Ulloa: “Un torbellino donde la caricia
puede seguir a la bofetada sin apenas transición, donde el amor puede
mostrar su lado más violento y la tragedia su humor más macabro”
Juega reposado
“Adentro”
juega reposado, al ritmo que marca la matriarca Araceli Dvoskin. Un
escenario sencillo: apenas una mesa y unas sillas, una nevera, un
armario. Ritmo cadencioso, acorde con la musicalidad del acento
argentino, con sabor a mate. Marga-Araceli celebra su cumpleaños,
vuelve a la infancia en busca de antiguos compañeros (ausentes, nunca se van del todo), con los que festejarlo, y la memoria, el pasado, se le presentan, demasiado
presentes. Su voz fuerte se quiebra, frágil, ante los traicioneros
requiebros del tiempo. Aquí no hacen falta sprints: el
alarde es la contención, la calma, la pausa, las palabras, las
miradas (hacía mucho tiempo que no estaba tan cerca como para
comprobar, disfrutar de los cambios de registro, las arrugas, las
sombras, la vida de los intérpretes), los silencios.
Y
tras Araceli, sus hijos. Él, Nelson Dante, “La peligro” le
llaman en el penal, encarcelado por un turbio suceso que se dejará
entrever en algún momento. Ella, Carolina Román, “La negra”,
ganándose la vida buscándose la vida. Nelson sobrecoge, asusta, amo
de la cárcel y de más cosas, capaz de mostrarse tierno con un
pajarito enjaulado que tiene en su celda, capaz de la misma ternura
con su madre, incluso desvalido (y brutal) con su hermana. No
necesita aspavientos: voz, sorna, fuerza bruta. Tan cerca y tan
lejos, sangre de su sangre, una “negra” sostenedora de todo el
entramado familiar, trabajadora por una miseria en un trabajo de pobres.
Carolina sufre y su sufrimiento nos atraviesa el alma: poseedora de
un secreto inconfesable, prohibido, que la mortifica. Y
junto a ella, su compañera de trabajo Malé (Noelia Noto), quizás
amiga, pero no confesora. Una Malé que quiere marcharse, emigrar a
Europa, la de sus ancestros, como ella dice o se imagina. Huir, tal vez, de sí misma, de sus propios monstruos, sus tormentos.
Un cuarteto de perdedores unidos por la fatalidad. Un conjunto de
actuaciones llenos de verdad y de ternura, de lucidez pese a las
sombras que tratarán de escondernos.
Verdad desgarradora, y risas
Que nadie piense que va a ir al teatro a llorar, a sufrir, a pasar un
mal rato. El drama, que lo es sin paliativos, duro, absorbente,
desgarrador (sí, desgarrador), deja buenos espacios para la risa.
Risa franca, aunque en algunos momentos amarga. Y la música, mucha
música, y el baile, como al padre ausente le gustaba (“lo llamaban
Antonio, por el bailarín español”, desvela Marga). Música a
ritmo de tango y de milonga. Confieso que no pude parar de reírme
(derecho de sangre, jeje) cuando Marga dice que su familia es mitad
danesa, mitad española, de Lugo, para más señas.
Buenos
y malos momentos con acento argentino, que habla de saudade para
quienes se nos quedó allí, al otro lado del charco, a algún ancestro. También de realidad, de dificultades, zancadillas, a través de las cuales, a pesar de todo, la vida
se abre paso. Aunque, como dicen en algún momento, “el primer
mundo es un cuento chino”:
Gracias
a Carolina, a Nelson, a Araceli, a Noelia, a Tristán, a todos los
que están tras las bambalinas, por la osadía de montar una obra
así, en un momento tan difícil. Por optar por el teatro, un
teatro que llega, tan cercano al espectador, cuando otras vías se cierran. Todos los aplausos para vosotros, así como emocionante
fue ver a Carolina emocionarse al final. Y es que decía Tristán
Ulloa, en una entrevista antes del estreno, que a los actores, al
llegar a una cierta edad, el cine les hurta vidas, posibilidades,
siempre más pendiente del supuesto valor per se de la juventud. Y si
la gran pantalla les da la espalda, han sabido buscarse, pelearse un hueco en
las tablas, y hacernos vibrar con ello (ya comenté en otra
entrada que, en un registro muy diferente, Tristán Ulloa dio vida, y
me hizo disfrutar con ello, a un revolucionario Bruto en el Julio
César de Mario Gas).
Que
vuestro recorrido con Adentro sea muy largo. Su siguiente parada será
el Centro Dramático Nacional, en el teatro María Guerrero.
Por
cierto, agradecer a Tristán Ulloa, con el que coincidimos al salir
de cenar (él entraba con todo el elenco en el mismo mesón), que nos permitiera
hacernos una foto con él a mi mujer y a mí. Una pena que Carolina
no saliese. La guardaremos como un tesoro. Un honor haber podido
felicitaros en persona y daros la mano.
¡Larga
vida a Adentro!