Informar,
formar y entretener, tres preceptos que han de inspirar y mover al buen
periodista (al margen de no engañar, sesgar, omitir, trampear...). Asimilables al buen teatro. La función social del mismo ha
sido profundamente teorizada. Y ejemplos hay múltiples de su aplicación práctica. Desde Buero
Vallejo pasando por Bertolt Brecht, o su utilización como
herramienta pedagógica (ideológica) en los comienzos de la
revolución soviética (que dejó nombres imprescindibles, como
Stanislavski -buena parte del gran cine y sus actores no se entenderían sin él- o
el vanguardista Meyerhold). La gran pantalla poco a poco desbancó al
teatro como la más popular de las artes en los albores del siglo
veinte, entendida en la acepción de “accesible al mayor número
posible de bolsillos”. Uno de los divertimientos más comunes en
época grecorromana, también en el siglo de oro español, nos ha
dejado un sinfín de obras que nos permiten hacer un retrato certero
de su tiempo: cómo se vivía, se pensaba, se actuaba (en, y fuera de
las tablas), su identidad política, moral, religiosa.
No es raro
que, en nuestros días, y más en ciudades pequeñas, con la
dificultad de encontrar localidades por menos de 15 euros (mucho más
asequible, eso sí, que cualquier partido de fútbol profesional,
sin desmerecer el balompié, solo sus precios cada vez más alejados
de la realidad), asistir al teatro se convierte en sinónimo de
estatus, tanto social (como tantas veces la ópera, el 'yo puedo ir,
y tú no, y voy con mis mejores galas'), como intelectual (demasiados
diletantes). Afortunadamente, buena parte de las funciones que nos llegan
sirven para romper estos estereotipos. Remover conciencias y
estómagos bienpensantes, como los anteriormente disfrutados y
saboreados “Lluvia constante” y “Los Mácbez”. O poner de
relieve que vivimos, formamos parte y hemos consentido una sociedad
tramposa, durante tantos años inmersa en una salvaje impunidad
delictiva, de guante blanco, de conviértase usted millonario en dos
horas (¿hay que recordar aquel ochentero “España es el
país donde más fácil se puede hacer uno rico"?, Solchaga dixit),
con la anuencia, cuando no la complicidad, de nuestros queridos
poderes políticos, que tanto se las han dado de severos y estrictos
en los cumplimientos de las leyes, para los demás, sobre todo si no
tienen jugosas cifras en el banco para defenderse. Hemos participado de la
sociedad del favor, del “qué hay de lo mío”, del regalo del
jamón al señorito en acto de sumisión y pleitesía, al Jaguar en
el garaje para "garantizarme unos cuantos contratos".
Teatro del Barrio / Teatre Lliure
Espero que
hayamos dicho basta de una vez. Por ese motivo, esfuerzos como
Ruz-Bárcenas, parido por el Teatro del Barrio junto al Teatre Lliure
deberían premiarse, para empezar, con el reconocimiento masivo del
público. Teatro en formato pequeño (dos sillas, una mesa, dos
micrófonos, papeles (¡papeles!) por todo atrezzo) pero de
destrucción masiva, el creado por Jordi Casanovas, dirigido por
Alberto San Juán, e interpretado con maestría por unos impecables
Pedro Casablanc (Bárcenas) y Manolo Solo (Ruz). Creíbles de principio a fin, frente a un diálogo sucedido en la realidad, y casi surrealista si no fuese por todo lo que destapa.
La sala Club
del avilesino Centro Niemeyer, ante (¿80 personas?, casi en familia) fue el marco
para poder saborear lo que, a priori, se presentaba como una incógnita
para quien no hubiese leído las críticas aparecidas en la prensa:
un extracto del interrogatorio al que el juez Rafael Ruz sometió al
extesorero del Partido Popular Luis Bárcenas, con motivo de los
papeles en los que “presuntamente” apuntaba una “supuesta”
contabilidad B en el partido del Gobierno de la nación española.
El
interrogatorio al completo puede leerse en la web de Los Genoveses. Y
no tiene desperdicio, para quien disponga de unos cuantos minutos las respuestas de Bárcenas a las cuestiones de Ruz.
No hay dirigente popular al que no retrate el que fuera su tesorero.
Y si no que se lo digan a Álvarez Cascos, lo que incluso ha motivado una pregunta en el parlamento asturiano, como recoge el diario digital Asturias 24. Solo uno es eludido de sus respuestas, José María Aznar ¿cuál es
la razón? O su secretaria general, Dolores de Cospedal, una de las que peor parada sale en los argumentos de Bárcenas (al que, por cierto, le acaba de ganar un pleito).
Pedro
Casablanc da vida a Bárcenas con precisión de cirujano,
respondiendo a la velocidad del rayo, con un tono que recuerda en
todo momento al del político. Rápido, certero, sin dudar. Tanto,
que no se puede ni pestañear en la atención. De su boca brotan
datos, recuerdos fiscalizados (todos bien asentados en sus papeles)
que implican a empresarios, a dirigentes populares. A diestro y
siniestro. Tiene para todos. La corrupción, de naturaleza 'lo
habitual', centra las pesquisas del juez. Un Solo-Ruz que llega a
romper la cuarta pared, cortando de súbito las risas de un
público que no puede contenerse, por no llorar ante la dosis de
realidad que recibe de súbito. (Alguien en la sala está grabando el interrogatorio de forma subrepticia para ofrecérselo después a los medios). Las carcajadas resuenan, y los dos
intérpretes, que casi pueden tocar a los espectadores, tocarnos, se contienen.
Aguantan, ponen el freno para lanzarse un instante después. Parece
real. Es real. De su boca todo fluye. Es lo que se puede leer. Le
ponen cara. Son ellos. De repente, ese “orden en la sala” es un
latigazo paralizante, y atrapa en la trama (de corrupción).
No en vano, Ignacio Orovio lo calificaba de pornografía en su
crítica del diario La Vanguardia. La basura llegando hasta alguna de
las instancias más altas. Datos, cantidades, nombres saliendo en
torrente de boca del tesorero. Alucinando, asintiendo, despertando al
público, a unos pocos metros. Espectadores a los que
ya no se necesitaba convencer, pero con hambre de conciencia, de
saber, de autoafirmación. Esa cercanía es magia. Casablanc es un
maestro de la composición. Manolo Solo pregunta, repregunta, todos
somos él, queremos saber, quién, cómo, cuando, para qué. Mi obra,
lo mío... Lo de siempre.
La realidad, a cuatro metros
Ni
sobreactuaciones, ni imposturas. Contención, imitación de la
realidad que supera con creces a una ficción que esta vez no existe.
Sentir la
presencia de Casablanc, de Solo, tan cercanos. Magia. El teatro de la
cercanía, de distancias cortas, de la realidad. En tiempos del
utilitarismo (qué palabro), no hay nada tan importante como mostrar
lo que sucede, hacer patente a todos el fango sobre el que
se sustentaba nuestra sociedad-suciedad, en el que tantos chapoteaban
como si fuesen las nubes del Olimpo. Qué pena que el público al que
llegue sea minoritario. Enseñar de forma tan
certera en manos de quiénes estamos (no solo estábamos) necesitaría de una difusión masiva. El trabajo
de los creadores, y de los actores, es una muestra palpable de la
importancia del teatro para sacar a la superficie el alma crítica de la gente, su Pepito Grillo. Allí donde los medios de comunicación
de masas no llegan (o no quieren), estos héroes (sí, héroes,
porque navegan a contracorriente, porque nos hacen sentir, palpar, lo
que el poder quiere ocultar), Casablanc, Solo, Casanovas, San Juan,
retoman esa función de los clásicos. Realismo, no hay
prestidigitación, sin artificios. La pura realidad, cómo nos toman
el pelo. Sacarle punta a nuestro tiempo, quedará en los anales. Y
que venga más. Ojalá haya mucho más como esto, muchos más
Ruz-Bárcenas. No solo es necesario, “como el aire que exigimos
trece veces por minuto”, decía Celaya, sino que es
imprescindible. El teatro como arma de realidad masiva. Enhorabuena a
los cuatro por la idea. Por la osadía. Porque nada humano debe
sernos ajeno. Ahora que Bárcenas ha salido de prisión y vuelve a
situarse en primera línea (y todos en su partido se apartan como si
tuviera la peste), conocer el cómo, el cuando y el porqué, formar,
informar y entretener, se convierten en una necesidad social.
Solo me
queda que deciros: gracias.