¿Cuántos a
lo largo de los últimos decenios han comparado Escocia con Galicia?
Quizás todo se acabe en lo verde de los prados, y no haya nada más
allá, por más que algunos quieran hermanar en una especie de
espiritualidad celta que la historiografía más reciente no acaba de
evidenciar... Lo cierto es que las semejanzas actuales son más bien
nulas (no vamos a hablar de referendos bien recientes, ni de
victorias en elecciones en un lado, el hispano, siempre
conservadoras; ni en el otro, el todavía británico, siempre
laboristas, nada más opuesto). No obstante, cuando se habla de
poder, de corrupción (¿son cada vez más difusas sus fronteras?),
de ambición desmedida, no importan ni el tiempo ni el espacio. Y la
Escocia que glosara Shakespeare en una de sus obras magnas, Macbeth,
bien podría transmutarse a la comunidad autónoma galaica, donde no
son tan ajenas las sagas (si últimamente se habla de populistas, lo
cercano es hablar de populares...) familiares.
Quizás si
el bardo británico hubiese nacido en estos días, la tierra de Fraga
y Rajoy (y de millones de personas honestas) la hubiese elegido para situar su historia. Eso pensó, sin duda, Juan
Cabestany, quien ha adaptado a nuestra época esa historia
intemporal, y en estos tiempos, más actual que nunca. Inverness pasa
a ser Santiago de Compostela. Macbeth, se convierte en Los Mácbez con
acento de malévola saudade. Un totum transgresor que dirige el
maestro Andrés Lima y que Javier Gutiérrez y Carmen Machi se
encargan de encabezar, en un trabajo coral que incluye a un elenco en
gracia, con un Chema Adeva lleno de matices, Rulo Prado, Rebeca Montero, Jesús Barranco
y Laura Galán. El escenario escogido, abarrotado y con las entradas
agotadas, el auditorio avilesino del centro Niemeyer.
Envueltas en
una alcohólica bruma gallega, las brujas augures se trasvisten de
meigas hardcore. La obra se encamina hacia un orgiástico
clímax de sangre y muerte. Radical (de raíz), terrenal, onírico
(de pesadilla), sexual. ¿No es el sexo una marca ancestral de poder,
semilla de vida, arma?
Vida y
muerte. Dos caras de la misma moneda. Y el que está arriba, y quiere
subir aún más, se erige en una especie de demiurgo por encima del
bien y del mal, capaz de decidir quién sobra, a quién borrar que
pueda convertirse en un obstáculo.
Borrachera despótica
Javier
Gutiérrez comienza apocado, servil y explota en una borrachera
despótica, disponiendo de todo y todos a su antojo. Despojado de todas las barreras, es en el tramo final en
el que muestra todo su poderío. La locura hace presa en él,
lastimero, descargando y generando odio en derredor. Claro que
encuentra en su mujer, Lady Macbez encarnada por una Carmen Machi
capaz de encantar serpientes modulando su voz cual cascabel, supurando un veneno que le obliga a seguir adelante más allá de cuestiones
morales. Nada impide llevar a cabo sus planes, todos los
medios para un fin de dominación, alcanzar la cúspide de la
pirámide en su pequeño reino taifa. Dómines del Pazo de
Raxoi, contrapoder mundano frente a la catedral en el Obradoiro.
“Eu chorei, chorei, o domingo á tarde...”. Si hay lágrimas, son de
miedo o rabia, nunca de pena. El resto del reparto se trasviste de
diferentes personajes galleguizando el ambiente, requiriendo de un
esfuerzo del que salen, no solo indemnes, sino triunfantes para
alcanzar ese amargor y cierto desasosiego que reinan en las más de
dos horas de función. Tirando de tópicos bien entendidos. Ese
presidente de la Xunta (¿reconocible?), repartiendo puestos,
como harán todos después (“as cinzas irán a Perbes, ao
panteón familiar” -las cenizas irán a Perbes, al panteón
familiar-, se escucha... ¿Hace falta certificar su inspirador?). Es el amo, ese cacique bien conocido en tantas tierras
-casi casta (juas, juas)-, que deja en herencia el cargo a su hija, ¿quién, si
no, estaría más preparado, con más merecimiento para
sostenerlo?
Las escenas
emanan carnalidad. ¿Quiénes somos para cuestionar si esta cualidad
tan presente es herramienta necesaria o accesoria? Lo cierto es que
ayuda como pocas a crear ese ambiente casi lascivo que lo impregna
todo. Carmen Machi-Lady Mácbez se despoja de toda humanidad vendiendo
su alma a los demonios que han de traer el poder, dejándose poseer.
Y arrastra en ese tránsito al pozo más siniestro del lado oscuro a
un marido pusilánime, que solo por la insinuación de debilidad que
crece en brutalidad y magalomanía. El que sobra, niño (Dona Mácbez
advierte incluso de lo que sería capaz de hacer a la sangre de su
sangre -amoralidad absoluta-), joven o viejo, ha de ser eliminado.
Conciencias removidas
No se trata
de una puesta en escena fácil, ni apta para todos los públicos, ni sencilla para los actores, quienes, salvo Machi y Gutiérrez, deben cambiar el hilo y el vestuario en un instante y dar vida a personajes diferentes.
Menos aún, para los que entienden el teatro como un acto social, y
no quieren ver removidas sus conciencias, ni aceptan la transgresión.
Quienes no abran su mente y toleren, pueden llegar a pasarlo mal.
Teatro para pensar y para sentir desde las vísceras. Al que quizás haya que acercarse preparado, advertido.
Imagino que no hay nada peor para un actor ver desde el escenario
cómo algún espectador decide marcharse en medio de su trabajo (y los
hubo el otro día), lo que deja al coro ininterrumpido de toses como
mera anécdota. Al acabar, entre los alrededor de mil almas presentes,
no hubo espacio para la indiferencia, tanto para bien como para mal,
lo que refleja a la perfección la cumplida intención de los
creadores: la crítica feroz al poder, su poder corruptor para quien
lo ejerce, a la falta de escrúpulos, la amoralidad, la creación de
una ética, por todas las facciones, destinada únicamente a
mantenerse y a llegar. A trepar, a trepar, a trepar. ¿Les suena de algo? A sostener el entramado
de corruptelas, desde el sótano (muy revelador el papel del
chófer), pasando por los sicarios miembros de ese partido tan
popular (que en otros lares podría, asimismo, ser muy social...), a
todos los cabecillas directamente implicados en la trama.
Una obra
orgiástica, no amable para el que pasa.. Y si el ritmo decae
en algún instante, se levanta con fuerza telúrica al momento
siguiente. Los soliloquios y las voces, las tonalidades, los acentos,
la canción, la música, los efectos, adquieren un papel
trascendental. Todo en un escenario minimalista, en el que se suceden
los pazos, las sedes de partidos, el Obradoiro. Un cubo abierto al
público. Transparente para un mundo opaco, blanco para un sistema
teñido de estiércol.
Y salir con
amargura. Desasosegado por haber dejado escapar unas cuantas
sonrisas. Inquieto. Mientras la Carballeira de San Xusto,
-carballeira derramada-, no se acerque al Obradoiro...